Edición 377
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Trump pierde y Hamilton vive

Oscar Juárez Domínguez


La Ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad.
Kant

Donald Trump logró su primer mandato presidencial ocupando el vacío que existe entre las élites de las ciudades y la clase trabajadora que siente haber sido excluida de los beneficios de la globalización. Cuatro años después, el mapa electoral sigue siendo el mismo; una América polarizada: los nodos globales urbanos y el resto, los que están de más en las periferias y en el campo.

Vimos nuevamente la disputa entre el voto líquido de las élites contra el voto identitario anclado al territorio, al trabajo escaso, la salud precaria y la sobrevivencia diaria. Biden y sus estrategas entienden que el diagnóstico de Trump es correcto: el malestar social es estructural, explosivo y no tiene agenda política. Sólo irrumpe silenciosamente y escapa a las encuestas como una preferencia oculta que busca reivindicar un origen y un destino compartido en ese vacío institucional que los votos no alcanzan a cerrar. El riesgo de un estallido social con epicentro en esas periferias excluidas es latente, cotidiano y nada conveniente.

La radiografía electoral muestra estas fracturas políticas en la sociedad americana. Biden obtuvo el voto del 55% de las mujeres y de los jóvenes de las ciudades. Trump se hizo del 52% del voto de los hombres, conservó su voto evangélico, suburbano y rural. Los demócratas tendrán que trabajar con el legado cultural de Trump y restablecer los principios básicos de la democracia. No es tarea sencilla. Las fracturas atraviesan el bipartidismo americano y emplazan a la renovación por cuadros jóvenes de una clase política septuagenaria.

El vacío político es un vacío generacional. El legado cultural de Trump consistirá en señalar que la gerontocracia bipartidista ya no es viable. El mundo de la vida de los liderazgos políticos debe estar cerca del mundo de la vida de los votantes, solo en esa cercanía real se acabará el populismo. Biden está llamado a ser un presidente de transición enfocado a no solo recuperar el liderazgo mundial de Estados Unidos, también la confianza de la sociedad, el bienestar de las familias rurales y la tolerancia en sus calles suburbanas.

La formidable maquinaria federalista diseñada en el siglo XVIII por Alexander Hamilton logró esta vez contener las pasiones extremas de Trump y de Sanders, evitó una ruptura institucional mayor, sostuvo la vida democrática. En 1833 un francés que visitó las tierras americanas para estudiar sus formas carcelarias terminó maravillado escribiendo La Democracia en América; Alexis de Tocqueville entendió que la fortaleza de la República democrática estaba en sus libertades. Incluir en esas libertades a quienes son golpeados por la globalización y sus riesgos como el Covid, es desde hoy el mandato de las urnas. Ojalá se cumpla por el bien de Occidente, porque en estos tiempos oscuros, América es el faro del mundo, una idea universal para todos los que nos acogemos a los valores de la Ilustración.


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